Voy a mi lavandería Vip de hace 17 años. Voy a retirar dos juegos de sábanas que había dejado 48 hs antes. Hay una empleada sola que no me conoce. No nos conocemos. Uno de los grandes problemas de la vida.
-Hola.
-Hola.
-Busco unas sábanas que dejé el miércoles, a nombre de Fulano.
-¿El ticket?
-Sabés que no lo encuentro…
-No. Sin el ticket no entregamos ninguna mercadería.
El tono es tan afable como el de los empleados de mesa de entradas de los tribunales.
-Uy, sabés qué pasa, hace 17 años que soy cliente… ¿no está Lorena?
-No. Y no lo tome a mal pero yo a usted no lo conozco.
-La verdad, es lo que me dicen en todas partes, aunque yo no me resigno.
Y ahí le aparece una sonrisa de rabillo y baja un poco la guardia. Había que verla, una mujer sola, lavando, planchando y atendiendo, todo junto, en una inmensa lavandería. Dejó su faena, volvió a preguntarme el nombre, se vino atrás del mostrador, entró al depósito (yo le había descripto una inmensa bolsa navideña que contenía mis sábanas), y de pronto, con más alegría que yo, gritó desde el fondo: acá están, tuvo suerte, lo salvó la bolsa, y además -dijo-, es raro, tiene escrito su nombre. Es la única bolsa que tiene nombre.
-Bueno, te agradezco mucho, porque ahora vivo en Tablada y a veces vengo al centro solo para traerles la ropa.
-Pero no tirés los tickets (ya nos tuteábamos). No podemos entregar las cosas sin el ticket. ¿No podés meterlo en el bolsillo o la cartera?
-Sí, en general los guardo, lo más común es que los ponga adentro del libro que estoy leyendo.
-Bueno… ves… no es tan difícil.
-El problema es que leo de 6 a 7 libros al mismo tiempo, y algunos, como éste (le mostré el de Jesse Ball) lo leo dos o tres veces al mismo tiempo.
-¿Cómo el mismo libro al mismo tiempo…?
-Y… voy atrás y adelante, atrás y adelante, lo termino y lo empiezo de nuevo. Éste voy la tercera lectura en un mes.
-¿No estará ahí el ticket…?
Zás, revisé, le di pulgar a los folios y brotó el ticket como si Molly, la niña muda de la novela lo hubiera soplado para burla de su padre, William, el grabador de poemas funerarios en las lápidas.
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Y al final, como me sentí en deuda con Leticia, la empleada, tan atenta, y tratando de llenar casilleros para mi próximo olvido, le regalé este relato invencible del NEGRO DOLINA sobre los tickets de depósito de cosas o personas.
Una noche en el Tortoni le cuenta a Stronati, que cuando él era pibe, su viejo, todos los domingos le decía a la madre que lo llevaba a Alejandrito al zoológico y al botánico en Palermo. Allá iban, después del almuerzo, pero en realidad el viejo iba al hipódromo de Palermo y lo dejaba a él en una guardería por horas hasta el final de la jornada turfística. Y al depositar al chico le daban un ticket, claro, para retirarlo. Un domingo, el padre perdió todo, como siempre, y también el ticket de la guardería. Cuando lo fue a buscar, le pasó como a mí, lo que corresponde, lo que marca la ley y el reglamento, se lo negaron…
-¿Y entonces?, dice Stronati, ¿qué pasó?
-¡Y qué va a pasar…! Nada. No se lo dieron, bah… no me entregaron. Imagínese Stronati, no se le puede entregar un chico a cualquiera.
-¿Y entonces…?
-Y acá estoy -dice #Dolina-. Hace cincuenta años que estoy en la guardería. Ya soy el gerente.
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blanco y negro
en película o fotos fijas.
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