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LA LADRONA

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……………………………a Estefi
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El lunes 4 vino a casa a visitarme. Mi par de horas favoritas en que yo trabajo y ella juega a ser librera (arma bolsas de Homo Sapiens con 3 libros), secretaria de médico o maestra de jardín del La Salle.
El martes 5 estuvimos toda la tarde juntos en la pileta de zona sur. Mientras sus papás (Estefi y Matías), hacían brochetes asados, armamos un rompecabezas Disney. Me dobla en velocidad para construir el collage. Armó dos tercios mientras yo necesitaba su ayuda para completar mi esquina. ¿No ves…? -no tiene paciencia, un gen de familia.
–¿Ves esta formita…? Va acá, me dice. Pobre los chicos, pienso.
Lo armamos por segunda vez, ahora más rápido. Voy aprendiendo. Pero caramba: ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando de pronto, buscando Martina algo en su bolso, entre tanta zaranda de cosas, apareció el celular de mis viejos! Epa: el Samsung con tapa, analógico, azul cobalto, con la foto de ellos dos en la portada como si fuera un relicario:
–¿ Y eso…? -descubrí a la ladrona.
Sin ruborizarse ni chistar me contó una historia de Dickens, algo así como esas peripecias de las princesas rusas desencantadas de Bolaño. La de “La nieve”, por ejemplo. Lo que me dijo, en resumen, fue que si no robaba el celular del abuelo Oscar, iba a caer presa de un cartel de trata de niños que recluta fenómenos para el circo Vostok o Sarrasani. Lo más conmovedor, como en los buenos textos, fue el tono. Justo.
A renglón seguido, sus padres la retaron correctamente y no tuvo más remedio que devolver lo robado. Entonces me guardé el teléfono, porque aunque no tuviese línea se puede activar con tarjeta y ser un suplente. A veces hasta me sirve como alarma despertador, aunque el primer motivo de atesorarlo fue la memoria, esa cosa de relicario, es un aparato pequeño y oval, intacto: con sus fotos, sus mensajes, las fechas.
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Ayer era el Día de Reyes y ella me había pedido un cochecito para su bebota, Rosa. La noche anterior le había dicho lo del pastito y el bol de agua y le dieron gracia los nombres de los Magos: Melchoro, Gasparini y Va-A-Saltar… Me preguntó si los camellos no podían tomar agua de la pileta o comer directamente del césped del jardín que rodea la casa.
Ya con el regalo en uso, mareada Rosa de dar tantas vueltas en su cochecito, jugamos a la librería. En la casa de Tablada hay una biblioteca de descarte de mi hermano y Martina vende y embolsa “Dar la cara”, de Viñas, “La esperanza”, de Malraux y un ensayo de Noé Jitrik sobre el modernismo. Jitrik es su favorito porque el libro es rosa fucsia. Me saca diez pesos y después hacemos otra vez el rompecabezas. De allí salimos a bailar unas danzas convulsas con música de Tan Biónica hasta que llega el juego de “Lobo está”. Nos corremos, asustamos y reímos. Mi Lobo, en algún momento tiene que hacer la onomatopeya de un pedo. Juro que es fonética, aunque me gusta más a mí hacerlo que a ella. Se desternilla de la risa y es la única ocasión en que puedo usar ese verbo.
Cuando apagamos las luces pide saber la diferencia entre un camello y el caballo. Iba a decirle que el caballo es de la pampa y el camello del desierto, pero justo estaban mostrando en la tele la fuga de los narcos y no estuve tan seguro. En lugar de eso (con autorización previa de los padres), tuve otra certeza: para hoy, que es su cumple, le envolví, con mucho papel de regalo, el mejor juguete: el celular de mis viejos, pero con su foto (la de ella) en la portada; el Samsung azul cobalto y analógico sin línea (por ahora), aunque ya está sacando fotos y escribiendo mensajes: “El caballito se metió en el mar a visitar la gaviota. Cabalgaron el agua, volvieron gavolando y en una ola, prometiendo visitarse, el caballito devolvió las alas y la gaviota, las patas”.*
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Mi regalo de Reyes fue comprobar dichoso este aforismo que escribí hace unos meses: “De pequeños olvidos se hace el olvido. De pequeños recuerdos, otra memoria”.
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07-ene-2016………………………MaRCe
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* de mi relato La Visita, del libro El altillo de mis oficios. (Corregidor, 1998).