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CHÉJOV
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Chéjov nunca se iba rápido de los teatros
y de ningún lado. Le gustaba seguir viendo
cómo sigue el drama después de la fuga
del revés, del suave desaliento del reposo,
el tránsito del grito al murmullo
el borramiento de lo real
cediendo al sueño, a la fábula
y desde allí a la cama de Olga.
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No tenía un diario, apenas
un cuaderno de notas
donde aparecen Moliére
la cuenta del sastre y en comillas
un tónico para la tos
que le recomendó Tolstoi
el día que le dijo no entender
que su literatura sucediera en las cocinas.
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Chéjov salía el último del teatro
porque se iba a morir primero.
A veces bajo la nieve blanca y tenaz como su tos
esperaba que Olga saliera del camarín
y dieran su paseo lluvioso por la Avenida Nevsky.
Ella lo reñía por su salud pero él ya sabía
que su tónico era la sonrisa de ella en ese instante
lloviendo, bajo el alero del teatro Mariinskiy.
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¿Cuánto puede durar un escritor
a media voz en la cocina
si sus relatos son breves
y la lluvia es la única estación?
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