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PO – PO – PO

.altillo noche

PO-PO-PO
.

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Cuando era chico me asustaba solo.
Me encerraba en el altillo de Ayolas
apagaba la luz y corría las cortinas.
Si no había cortinas
cubría con diarios los vidrios
para que no entrase la luz.
Me sentaba solo y a oscuras en mitad de la pieza.
Esperaba un rato, hasta que se me iba
de los ojos la claridad de afuera,
el resplandor que duraba de haber estado al sol,
en la calle. Sabía que cuando empezaba
a ver en la oscuridad, era porque la luz
se me había ido de los ojos y más aún,
de los ojos de adentro.
.
A veces me disfrazaba para la ceremonia
de muerto, de doctor o de Batman.
Venían amiguitos de siete u ocho años
pero lo que más me gustaba era estar solo,
callado, pensando o asustarme,
tenían un deleite esa soledad y el miedo.
.
No me recuerdo triste sino contemplativo
preparando la escritura de mis juegos
una de las cosas que me inspiraba
era el miedo,
y si no venía,
practicaba un rito llamador,
me asustaba solo gritando: Popopo, Popopo,
en un tono de voz neutro, hechicero.
Como una invocación.
Popopo era una especie de cuco,
bruja, demiurgo, un fantasma.
Creo que se escribía separado:
Po-Po-Po. Daba más susto en sílabas,
como si la fonética
fuera importante para los monstruos.
.
Yo lo sentía como un poder
un don con el que podía salvar y hacer sufrir.
Crear mundos donde otros podían vivir
o perder por lo que yo escribía,
No lo entendía del todo.
Por eso me asustaba y a veces no dormía.
Temblaba bajo las sábanas esperando el alba.
Y cuando llegaba el día, cosa rara,
me metía en lo oscuro
en ese altillo ornado con dibujos,
diapositivas, disfraces de ropa vieja
o retratos de muertos.
Descubrí el modo de hacer coincidir
mi fantasía con la realidad,
me escribía los guiones para jugar,
escenografías, vestidos y a cada amigo,
un papelito con su frase.
Unas tiritas blancas con la letra
parlamentos para todos en cursiva
gorda y redonda pero alineada.
Un Otelo al corcho quemado
un Rey Lear próximo al western.
.
Ya de vuelta a mi casa
era inevitable cruzar por el 340,
un conventillo que cerraba calle Ayolas
donde había un yiro (Graciela se llamaba)
que siempre decía que yo era el más lindo del barrio
que ella guardaba sus ahorros para casarse conmigo.
Que cuando yo fuera grande nos casaríamos.
.
Entonces, yo me iba de una oscuridad a la otra
volvía a mi altillo con los juguetes
y a veces lloraba pensando
que todo ese mundo desaparecería.
Lloraba a cuenta, con una congoja tan fuerte
que a veces el hipo me dejaba sin aire.
.
Fue en esa época
que comencé a intercalar
plegarias a la Virgen y juegos de soldados
en los cuadernos Rivadavia
de Cuarto B, de la señorita Yolanda.
Po-po-po, Po-po-po
le decía a mis musas
en sílabas
la fonética era importante para los monstruos.

* * * * *

MaRCe.