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El chino -5° p.

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EL CHINO -5- 

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Me cruzo a comprar el pan. Los domingos llueve en el cantón de Tablada aunque el tele del chino sigue dando Miami. Acá también hay ráfagas y vuelan cosas, los precios, y también desaparece gente, pero nosotros somos invisibles: un chino, un escritor de barrio, un mapuche y esas compras de las monedas justas en que la gente llega a la caja
y comienza a devolver la ilusión de un chocolate o del queso gouda.
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De pronto veo que el chino comete una falta laboral grave, en vez de estar atento a los robos, se pone a ver llover. Fue hasta la vereda a sacar unos cartones y el relumbrón de un charco lo detuvo allí, transido. Y como la lluvia es una cosa que sucede en el pasado (Borges), él debe estar viendo llover en Pekín, un mediodía de otoño de 1970 en que su madre sintonizaba una radio de Hong Kong para escuchar a Nat King Cole en castellano como hacía la madre de Won Kar Wai.
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Antes de que lo reten en mandarín o en cantonés, hablo con Fanny, la dueña, en la caja. Le pregunto por los parches balsámicos que su suegro trae de los Urales para mi amiga Claudia de Chañar Ladeado. Mientras ella rebusca en unas alforjas que parecen de la novela “Seda” de Baricco, hay una breve epifanía, como si el raudal del cielo permitiera una resolana. No alcanza, pero por un instante puedo ver llover en tres partes del mundo: en mi calle, Ayolas, en Miami por TN y en la plaza de Tianamen parado justo detrás del chino que está mirando hacia allí. Y las tres lluvias son reales, incluso la de Borges, pero en la tele, el agua es un artificio.
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10-sept.17