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El ATRIL DEL TALLER
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Un esqueleto de madera en la basura.
No en el container sino de pie
afuera y al lado
para que el ciruja o el poeta
lo recogieran sencillo y limpio
y hacer un asado o el atril
donde dar clases de escritura creativa.
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Le puso una tapa de corlock
restante de tempera azul
de la casa de cuadros, el retrato
de Kundera, no ese libro
sino el título pretencioso
“La inmortalidad”
de algo
recogido en la basura.
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Le pegó fotos que nadie compraba:
bailarines, Artaud, Irigoyen,
Hemingway, Bill Evans,
la película El amante.
Cartones pintados, chinches
tres palos de paillets, descartables
que tarde a tarde soportan las obras completas
de Borges, de Dostoievsky
los 400 poemas de Vilariño y el tallercito
de chapas donde Arlt arreglaba las muñecas.
La levedad es lo que sostiene el peso:
al mundo lo sostienen los libros
cuadernas hechas de papeles
de dibujos hechos de movimientos
de manos, que salen de lo más intangible:
una idea, la percepción, un gesto
lágrima o risa. Deseo. Viento.
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La noche que termine la última clase
llevará (o devolverá), el atril
hasta el container de arriba
uno naranja que está cerca de la plaza.
Va a dejarlo allí, de pie
afuera y junto, por no saber
si era orgánico o inorgánico
el material que enseñaba.
Lo que escribían que escribirán
que estaba escrito.
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…………………………………………..Marce.
26-11-17.