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Tomás Scalona

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#TOMÁS.

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Un escritor o lector maduro, crítico, cree estar lejos de un cuento de hadas, de la magia infantil, de los sueños de bondad y paz, y de una dicha que sucede sin fin, cuando de pronto, ocurre algo de la categoría del milagro que es siempre el nacimiento de un niño. 
Entonces, ese hecho es autónomo, el niño ni siquiera es su hijo, pero sí es hijo de sus hijos, y de algún modo él ha participado en esa cadena extraña pero sorprendente que es traer un niño al mundo: invitar a otro a vivir, a ser.
Y ese niño sueña, comienza a hablar, se expresa, sonríe, chupa con enorme deseo la teta de su madre, es decir, a los 60 días de existencia, ya practica todos los actos de afirmación de la vida y el goce: sueña, habla, sonríe y besa.
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Yo soy una persona de origen religioso, espiritual, trascendente, en sentido amplio, y soy en esta madurez (soy abuelo ya), un hombre duro o endurecido, crítico, astuto y etcétera… sin embargo, no encuentro otro modo de decir que en el centro de nuestra vida HAY UN MILAGRO, hay algo inefable, indecible, y del todo inexplicable, pero venturoso y en cierto modo eterno por el poder del instante y por sus implicancias.
Me refiero al milagro de la vida, a la vida como ese rayo gracioso y regalado en que EL AMOR ES ALGO QUE SUCEDE. El amor es invitar a otro que no era o no estaba, a ser y estar. No hablo de dos gametos uncidos, claro, hablo de una persona, un poeta, un pintor, un filantropo, un educador o un revolucionario. Y eso sale de la nada, necesitamos apelar a una magia (la verdad tiene estructura de ficción, Lacán), para decir de qué manera, donde antes no había nada, ahora hay un niño, una mujer, un destino. O más bien decir que donde no había nada, el amor pone la vida.
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…………………………………..Marce…