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J u e v e s.

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J U E V E S.
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A las 8 de la mañana no está ni Gendarmería por las calles de Tablada. Me cruzo al chino a buscar dos o tres cosas sueltas. No llevo bolso, no hace falta. Volvimos al consumo que cabe en las manos y a tener que ir a cada rato al súper. Unidades de consumo, de tiempo, de dinero. A menudo pienso que nos convertimos en hámsters, solo que en una jaula un poco más grande.
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Y sin embargo, el día se ilumina temprano porque detrás de la caja está Xia, y apenas traspaso el umbral donde Wu apila el carbón, ella, antes de decir buen día, me explica que es una excepción, que no va a trabajar en el chino familiar y que sólo está allí porque Nancy tiene alguno de los niños enfermo.
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Entonces la ternura fluye, esta vez soy yo el que sonríe como un chino silencioso o enigmático en la pausa del arrozal. Tengo que tardar, tengo que estar a su alrededor, tengo que comprar cosas que no necesito pero no tengo dinero. Doy vueltas, zumbo como insecto por productos inalcanzables y al fin elijo un repasador naranja, con unas flores exageradas que me recuerdan el vestido de los pobres pescadores que abrigan a la señora Isotta en el cuento de Calvino. Pago las cuatro cosas, Savora, huevos, leche y un repasador. 435 pesos. ¿Cuánto vale un hámster? ¿Cuánto pesa?
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Estoy a punto de salir, y Xia me llama mientras saca una bolsa pequeña de nylon oscuro sin marca de abajo de la caja. Un regalo, dice, es una lechuza toba, gorda y verde. Preciosa.
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#Maotouying, dice ella. Owl, lechuza, dice, maotouying. Es suerte, para tu libro, dice, el libro nuevo (donde ella está, claro, pero aún no lo sabe), y me escribe lechuza, o más bien, lo dibuja en el reverso del ticket de 435 pesos: 猫头鹰.
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El hámster, yo (¿qué otra cosa es un escritor?), empiezo a cruzar la calle y la ternura fluye, se me expande el corazón, pasaron apenas diez minutos y en algún lugar de la China debe estar poniéndose el sol.
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…………………………….Marce..