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Adiós a WILLIAM HURT

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Ayer murió WILLIAM HURT.

Soy de una generación que cree que todo lo que pasa en un filme

o en un libro es verdad, o peor, más que la verdad, porque la ficción es superadora de lo visible, lo informado o lo conocido. De algún modo, como creyentes, pensamos que lo que está en la película o en la novela vivirá para siempre. Algo de la historia de la cultura nos da la razón, si se piensa en Shakespeare, Dante o Cervantes.

Para algunos de nosotros, el cine o la novela son una especie de cielo, un sitio fantástico, improbable, infinito, que sin embargo conservará siempre la memoria de los gestos, del sentido, de la bondad o la belleza.

¿Qué mandarías al futuro como legado de la humanidad, incluso para presentarnos a los extraterrestres?

Una de las cosas que yo mandaría sería la escena de #CIGARROS (Wayne Wang-Paul Auster), donde William va pasando aburrido las 4.000 fotos de Auggie Wren en Brooklyn a las 8 AM, hasta que encuentra a Helen, su mujer que ha muerto asesinada pero que está viva en la foto, igual que él, que William Hurt, que ayer ha muerto pero está vivo en la película.

Y si queda lugar en la nave a Marte, mandaría también la celda de Manuel Puig (El beso de la mujer araña, Héctor Babenco), donde Molina Hurt seduce a Arregui Juliá y gana el Oscar, y esa callecita de Montmartre donde Macon Leary Hurt chista, en el límite de sus fuerzas, el último taxi donde va Geena Davis, la última mujer que puede amarlo.

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Los modernos ya somos viejos y todavía creemos que los buenos no mueren, sino que van al espejo. El cine es un espejo, uno como el de Alicia de Carroll para deslizarse del otro lado, algún lugar donde seguirá sucediendo esa escena increíble, un plano secuencia de 15 minutos donde William Hurt escucha, solo escucha, de Harvey Keitel, el más bello cuento de navidad de la historia, uno, donde todos somos hermosos perdedores.

¡Queremos tanto a WILLIAM HURT !

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