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Lou y Fritz

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LOU y FRITZ (alrededor de la derrota)

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Están en Leipzig, acaban de conocerse en casa de un amigo común. Se aburren en la reunión, él dice que va al baño, pero en realidad va a escaparse y salir a caminar. Quizá ella lo sigue adrede y le da alcance en el recibidor. Ahora que lo ve de cerca y a solas, confirma que él es ese hombre negro e inalcanzable que admira. La cara de Lou fulgura como sólo sucede a las mujeres enamoradas de un espíritu. Ella (esa mujer a la que tantas veces denunciarán como una puta diabólica y amoral), escribirá más adelante que el espíritu, el amor al espíritu de alguien es el camino más fuerte para llegar al sexo.

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Debe ser por eso que su cara está resplandeciente en ese lobby en penumbra, ahora que lo ve a tiro de un beso, que no se darán allí, por supuesto, aunque una mujer sabe en el momento que está frente a un hombre si van a besarse o no. Ella sabe que sí y disfruta a cuenta. Fritz quedará cautivado para siempre por ese instante, aunque raramente volverá a ver esa sonrisa. La de los dos, juntos. Ella, en ese momento, en el palier, le ruega que lo deje acompañarlo, que la tertulia también le resulta obvia y aburrida como puede ser cuando un grupo de socialistas no hacen otra cosa que hablar mal de los nazis. Salen. Caminan dos horas por la Augustusplatz, la plaza de la música universal, de Bach, de Wagner, y que 70 años después será el lugar de la reunificación alemana. El paseo y la charla, terminan con estas dos líneas de diálogo:

Lou Andreas Salomé pregunta a Friedrich Nietzsche:

–¿Pero entonces, usted es nihilista?

–No. Asqueado solamente.

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Marcelo.

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21Marce Nomalumbré, Fernando Spinassi y 19 personas más

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