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EL SUPLENTE (para Ana).
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Sus regalos deberían de llegar
piensa Súper Mario de Tablada,
un hombrecito en una moto de juguete
una serie de Lego o Rasti
dislocado y triste
con esa vitalidad de niño
que igual te invita a leer a Wittgenstein
o a tomar un helado
o a ver la cuarta especial de Central Córdoba
en el club Talleres de Villa Diego.
Ella también estaba triste
y aunque parecía la más adulta
de la pareja (parece)
lo invitó un helado de dos bochas
cucurucho, chocolate con chispas
y dulce de leche granizado.
Una proposición de la infancia
(el amor)
esa tarde fueron a lugares exóticos
para la mujer de los dos apellidos ingleses:
las quebradas del Saladillo
el Bajo Ayolas
el bar El Lido,
el chalet de Angélica Gorodischer.
El sur
que siempre es un lugar impreciso
vasto y fantástico
como escribe ella.
Él entró tres meses antes en la relación.
Súper Mario es atolondrado.
Ella en cambio
es una corredora de fondo.
Esperó justo la noche
que en el cine vieron El Suplente.
Hoy hace justo un año.
La escena en que el maestro
decide enfrentar a los narcos por su alumno.
Minujin se puso de pie
y ella le apretó inequívoca las manos a Mario,
la vida es un instante
uno solo
sí o no.
Las mismas manos con que se acarician
abren los libros,
los escriben
los leen con el dedo marcando la frase:
el amor es un juguete de la infancia
asusta mucho sentar cabeza
volverse grandes
un Lego, un helado, las secuencias
de un libro de cuentos
cavar siete metros
y encontrar la China,
el amor es un milagro:
una china rubia, inglesa.
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Marcelo.
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