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El Taller

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EL ATRIL DEL TALLER

Encontré un taller literario en el subsuelo de un bar.

Año 2000.

Encontré un esqueleto de madera en la basura.

No en el container

sino de pie

afuera y al lado

esperando que el ciruja o el poeta

lo llevaran sencillo y limpio para

hacer un fuego o el atril

donde dar clases de escritura creativa.

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Le puse una tapa de corlock

restante, tempera azul

de una casa de cuadros, el retrato

de Kundera, no ese libro,

sino el título pretencioso

“La inmortalidad”

de algo

recogido en la basura.

.

Le pegué fotos que nadie compraba en la casa de cuadros:

bailarinas, Artaud, Irigoyen,

Hemingway, Bill Evans,

la película El amante.

Cartones pintados, chinches, y agregué

tres palos de paillets, descartables

que tarde a tarde soportan las obras completas

de Borges, de Dostoievsky,

los 400 poemas de Vilariño y el tallercito

de chapas donde Arlt arreglaba las muñecas.

La levedad es lo que sostiene el peso:

al mundo lo sostienen los libros,

cuadernas hechas de papeles

de dibujos hechos de movimientos

de manos:

una idea, la percepción, un gesto

lágrima o risa. Deseo. Viento.

.

Prometí que la noche que terminara la última clase

lo llevaría hasta el container de arriba,

uno naranja que está cerca de la plaza 25 de Mayo.

Iría a dejarlo allí,

de pie,

afuera y junto, por no saber

si era orgánico o inorgánico

el material que yo enseñaba.

Lo que escribían que escribirán

que estaba escrito.

¿Cuándo entonces…?

Lo he intentado pero

nunca puedo devolverlo.

.

.

Marce.

.

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