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ALREDEDOR DE LA DERROTA
(work in progress, p. 49-51)
«Manuel Fracassi es el único psicoanalista en toda la colonia hasta Marcos Juárez, y parece, como siempre, que no ha dormido bien o no ha alcanzado a vestirse adecuadamente, o una mezcla de ambas cosas aunque ninguna de las dos sea cierta sino más bien el tono de genio loco que no termina de llevarse bien con la urbanidad y el aliño normal de un médico o de un científico, y quizá por eso mismo.
Fracassi se salta también los protocolos de la neutralidad freudiana, el campo tiene su propia interpretación de los dogmas austríacos o alemanes y le ofrece un té a Andrea Lou, en consonancia con una mañana gélida de cinco grados bajo cero y toda la tierra escarchada. Es más, el médico también tiene su chacra en General Baldissera y la sabe a Lou una experta empresaria agrícola, entonces empiezan a hablar del régimen de lluvias, de la cosecha fina, del pulgón, de los precios de Chicago y de las consabidas críticas al gobierno por las retenciones.
Sin embargo, Fracassi tiene un diván vienés, forrado de pana verde y calcado de una maqueta del original de Freud, que compró en uno de esos tours de los gringos a diez países en treinta días: “si es martes, debe ser Austria”.
Las primeras veces Andrea Lou no sabía si decirle doctor, usted, Manuel, vos, o Pocho, apodo popular en Camilo porque el médico conservaba una moto gilera de su padre, igualita a la del General, y para conducir la cual, solo de paseo, se ponía la misma gorrita de Perón. El primer año le dijo doctor o usted. Más adelante, cuando empezó a reírse en las sesiones le fui diciendo vos, y finalmente, Manuel. Él también empezó a decirle usted y terminó con vos, incluso che, o el más gracioso, “nena”.
Este fragmento es de hoy:.
–Ya no quiero volver a enamorarme, Manuel.
–Y no te enamores… ¡qué obligación! Pero entonces no empieces a escribirle.
–¿Se va a enamorar si le escribo?
–No, él no… no sé… pero vos sí te vas a enamorar si le escribís.
–Él me dijo que no quiere enamorarse.
–Bueno, tema resuelto entonces.
–¿Vos decís?
–Sí, seguro… los dos van a enamorarse. O ya están. El no, esa afirmación negativa, tiene un reverso, es el sí… pero el que lo dice no lo sabe. Y balbucea, que sí que nó… sí pero no… no, no, no, es sí. Quesíquenó.
–Pero yo prefiero algo random ahora.
–¿Vos, random? ¿Alguna vez te funcionó eso?
–Jamás.
–¿Y a él? ¿Te parece que a él le irá el random?
–Menos. Es duro… fuerte, es un gringo agricultor y aviador de fumigaciones. Si dice no, será no. Es una mula.
–Un burro, querrás decir…
–Sí, bueno, la raza, un burro.
(Fracassi hizo un mohín de risa imaginando la dote del animal).
–No te rías, sí, un gran burro.
–Bueno, mejor… si al cabo vos tampoco querés…
–¿Pero eso depende de mí, depende de nosotros ?
–No, no depende de ustedes. Depende de muchas cosas que uno no decide ni maneja.
–¿Por ejemplo?
–A veces uno conoce a alguien en el momento en que sin saber necesita que le salven la vida… es algo medio imperceptible. No es que uno necesite un riñón, un préstamo o un trabajo. Necesita sentido.
–Pero nosotros somos dos personas muy ocupadas, con una soledad muy productiva.
–No. Eso es lo más evidente. A veces uno no busca, pero necesita una especie de espejo. Un cristal donde verse. La réplica. La complicidad. Ser esperado y esperar.
–Pero es un lío, compromisos. Y después duele. En este caso, los dos somos muy libres, con carácter, autosuficientes.
–¡Pero vos trajiste la pregunta acá! Yo no te quiero enamorar, Tampoco es que te vas a casar… ¿O qué? Vos trajiste la pregunta, vos estás buscando esa respuesta.
–Sí, entiendo… pero total él tampoco quiere.
–Bueno, no sabemos. Date tiempo de llegada a vos misma con esto. Y dale tiempo a él también, a su pregunta y a su respuesta.
–¿Le tengo que preguntar?
–Pero no… ¡cómo le vas a preguntar!
–….
–¿Pensás mucho en él?
–Todo el tiempo.
–Entonces ya sabés la respuesta. No me hagás perder tiempo.
–¿Cuánto es?
–….
–¿Aumentaste de nuevo…?
–¡Y no viste la baja de los precios en Chicago!
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Su hermano Javier también le dice nena. Es que él le lleva treinta años. Es edad de padre, y desde que no está el Umbi, la figura es inevitable. 30 años de diferencia, dos generaciones, patriarca, jefe. Salvo por los años, el resto no le hace gracia a Lou pero lo simbólico pesa. Ella gateaba cuando Javier se hizo el comandante de los ejércitos de Furlet o el portador, como le decían a aquel monstruo de las drogas, los secuestros extorsivos y la red de lucha con los bajos peronistas, piquetes, barrabravas y encargos de asaltos o atentados al mejor postor. Lou ni siquiera conoció a Furlet, pero oyó hablar de él con devoción y con temor reverencial. De ése no se habla, decía Teresa, la madre. La mancha humana, la mancha venenosa, es el que trajo todo el infortunio a su casa.
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Para Andrea, Javier es alguien que vivió varias vidas, muchas. Unas sanas (la medalla de oro pontificia), otras malditas (sus empresas de la política), verdaderas y falsas. Además, él fue quien la bautizó Lou Salomé a partir de Andrea Luisa (la abuela) y también fue por su garbo, su carácter, la lucidez, el feminismo, el coraje, la precocidad. Como si todas esas cosas de alguna manera se las hubiera dado el nombre o el alias, transmitido por quien se lo puso. El que pone el nombre a las cosas es su dueño. Tampoco le gustaba esa idea a Lou, sin embargo…
Ya hizo un año que no se ven ni se hablan. Desde la muerte de Esteban, porque Andrea cree que Javier es responsable, qué el podría haber negociado otro final para su hermano. Ella cree que a él le sobraban los contactos, el poder y el dinero para salvarlo. Para Andrea todos son responsables de la muerte de Esteban. Fracassi le ha dicho en la terapia, en tono serio pero con un dejo de burla, que parece que ella pensara que Esteban fuera Jesucristo, alguien que, según ella, ha sido muerto por todos los hombres y para salvarlos a todos.
–Nena, Esteban no era Jesús tampoco. Un Cristo sí, pero uno solo. Y las ideas mesiánicas, incluso las que él tenía, salvan a algunos pero matan a muchos.