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Elefante

Martina elefant

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ELEFANTE
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Martina llama a la oficina para saludar a su papá, Matías.
Nunca interrumpo a dos enamorados, pero entre el frío y la gripe, yo también necesito que me apapuchen y si ella fuera un bálsamo, sería un Vic Vaporub rosazulnaranja de 1000 cm3. Pero genérico, salud para todos y todas. Mi hijo ha sabido educarme, me pone límites, pero a veces alarga su paciencia y el tubo:
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Martina: –Hola abuelo, ¿cómo estás?
Marce: –Bien, muy bien, y ahora mejor, porque te escucho a vos…
Martina: –Gracias. (El “gracias” es tan fino y lacónico, que me impresiona. Tiene 4 años.)
Marce: — Hace mucho frío para ir al pelotero.
Martina: –Sí…brrrrrr… ¿cómo estás de la voz? (no todo el mundo sabe que mi salud es mi voz).
Marce: –Mejor, mejor. Sábado o domingo si…
Martina: –Bueno, vemos… vos cuidate, después vemos…
Marce: –Muchos besos. Te quiero…
Martina: –Yotambiénmuchosbesosssss… (Don Bell, gracias por inventar el teléfono)
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Su memoria eidética también es afectiva, en realidad, mejor se recuerda lo que más se ama. La memoria profunda resiste incluso el Alzheimer. Entiendo a los amigos que están en procesos de melancolía por pérdidas, y reciben el eficaz consejo del psicoanalista de no empozarse en el pasado, en lo triste, de la ausencia. Es terapéutico, claro, pero la memoria, donde más arde, es en el amor (Quevedo), “la memoria donde ardía”, y el propio psicoanalista que recomienda correrse un tiempo de los recuerdos, es hijo legítimo de aquel vienés barbudo que dijo “toda escritura es un diálogo con la ausencia”.
Martina parece tener la memoria de Funes, o de un elefante, es capaz de recordar los detalles de los retazos de breves gestos descartados o murmullos de imaginaciones, antes de que sean pensamientos o juicios. Kant no sabía, entonces, que había cosas para recordar antes de los juicios apriorísticos. Que había cosas antes del principio. Hay que tener mucho cuidado con lo que uno va a decir delante de los elefantes, sobre todo, de los elefantes chiquitos, de colores raros, verdes, rosas, naranjas.
Cuando el papá de Martina tenía 7 años, pintó en la escuela Vigil un elefante rosa y la maestra nos llamó, a la mamá y a mí, muy preocupada, porque el niño no respetara los grises de la educación estándar, el color normal de los elefantes.
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Entonces le devuelvo el teléfono a Matías y escucho, nítida, una voz marina, fresca, de sal y perfume: — Hola papi, ¿cómo estás?
Matías: –Muy bien, ¿y vos, qué hiciste esta mañana? Y Martina, igual que Cerebro, empieza a contar todas las cosas que hizo para tratar de conquistar al mundo.
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………………………….18-6-15…………..Marce