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El Arte de Perder

Aparecida 2

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EL ARTE DE PERDER
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Hoy lunes 26, a la mañana, leyendo «APARECIDA» de Marta Dillon, me siento tan desubicado como aquel día que bajamos en el aeropuerto de Copenhague con el Negro Tomaso, el Topo Yiyo, Chingolo y el Tonequín (Javier Pereda, El Portador)… pero después de un rato, se te va yendo el jet lag, el asombro, y ves que llegaste a un país donde todos son rubios, altos y de ojos celestes. Y pensás, bueno… no es culpa de ellos, de los tipos, ser altos, rubios y de ojos celestes. Tampoco te vas a enojar porque hablen danés… te volverá a pasar tantas veces en la vida, te acordás, yo te decía, la letra de “Chau, no va más”, de Homero Expósito: EL ARTE DE PERDER.
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Yo tengo un hijo hermoso (perdedor como yo), que tiene una hija hermosa (que será perdedora como nosotros), tan hermosa como la hija que perdí, y como la casa hermosa que perdí y la mujer hermosa con la que vivía allí (en la casa, ahora, al menos, vive un amigo hermoso). No estoy seguro hoy de haber perdido a la otra mujer hermosa y su hijo hermoso, que tuve después de aquella, pero hoy no está conmigo, esta madrugada no… para abrazarnos hasta que vuelva Cristina. Porque yo soy Licenciado Cum Laudem en el Arte de Perder. Nunca tuve cargos, privilegios, chapas, premios… nada. Ni un ambo a la quiniela. Una vez gané una Medalla de Oro (en la facultad), pero me la tenía que pagar yo, entonces no la tengo… Pero ahora, ya en la mañana siguiente al comicio que perdimos, sigo leyendo APARECIDA, y sigo siendo un realista aristotélico y kantiano, salgariano y marxista, como dice Raúl Argemí.
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Estoy acostumbrado a perder, y sobre todo, a andar alrededor de la derrota. Es un lado, yo, soy de la especie de los que aún cuando vamos ganando, tiro para los perdedores. Debe ser una tara. En estos doce años no tuve ningún beneficio de orden material o de relaciones que no fuera fruto de mi trabajo particular de perdedor profesional: abogado, escritor y profesor de escritura creativa. Siempre el mismo, el de los hermosos perdedores, que incuban el lugar de la herida, de la pérdida y que cuando dejan de ser perdedores, ya no son ni hermosos ni nada y ahí sí que pierden todo.
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Cuando uno se viene grande (adulto, se dice), aprende que no hay que dramatizar, es decir, hay que bancar la parada. Ser grande es hacerse cargo de lo que venga y lo peor es andar llorando por los rincones. Hay que pensar que si fuiste a parar a Dinamarca, es porque en algún lado de la ruta te perdiste también… ¿Te fijaste bien qué boleto compramos?, le dije al Topo, sin recordar que él no sabía leer ni escribir.
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En una época, perder era pasar a la clandestinidad, exiliarse, acostumbrarse al danés, desaparecernos. Es el mismo país de los 30 mil desaparecidos (¿qué pensabas…?). La fortuna del ganador de anoche se hizo estatizando la deuda privada de su grupo económico. Vos creés que todos lo saben. ¿Por qué lo creés? Ahora estás en Dinamarca, y allí, algo siempre huele mal (Hamlet), hay que acomodarse y volver a empezar: Shakespeare es infinito. Te falta Macbeth, el Rey Lear y El Mercader de Venecia. Los tres candidatos de ayer eran de la matriz de Menem, que ganó tres elecciones nacionales seguidas, acá, en Dinamarca. ¿Por qué tanta sorpresa? Somos el país que somos. Todos nosotros. No hay ellos y nosotros. Eso tampoco. Menem sigue siendo Senador de la Nación. Todos aceptamos eso. De modo que este nivel de estupor de ciertos compañeros amagando con el suicidio colectivo, me parece injusto, inmaduro y equivocado.
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Lo que pasó estos doce años es irrevocable y los que compartimos y apoyamos, con más y menos, este proceso nacional y popular a la altura de los grandes momentos históricos del país (el anarquismo, el socialismo, Irigoyen, Perón, la militancia de izquierda de los 60-70 y la ráfaga de Alfonsín), hemos quedado mejor que nunca para seguir trabajando con los mismos ideales con que lo hicimos. ¿O vos sos de los que luchan solamente cuando vamos ganando…? Aunque eso sí, también es de inteligentes pensar que si algo salió mal, algo hicimos mal. Si aceptamos el sistema (ni que hablar), la democracia es ganar y perder. Si ganamos, luchamos de un lado, si perdemos, luchamos de enfrente. Pero nosotros siempre partimos de la derrota. Tenemos el gen del Sargento Cabral, no el de San Martín. O en todo caso, el de Belgrano, el tipo que salvó la patria con dos derrotas. Este país debería lamarse Vilcapuggio y Ayohuma. Hasta quedaría mejor en la biblioteca del realismo mágico.
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La lucha nace de la injusticia, y siempre vuelve, como el amor, porque el amor es la injusticia (Camus). La militancia del pueblo siempre está en el lugar de la herida, de la pérdida y si dejamos ese lugar, es que de verdad perdemos. Y cuanto más perdemos, más hermosos… Y cuando no perdimos, nos volvimos feos, sucios y malos. El otro gen.
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Y mientras sigo leyendo APARECIDA, de Marta Dillon, mi ánimo está intacto y te juro que ha comenzado a llover, y es lunes, y pienso: algo nos quería decir este invierno tan largo. Yo tengo finalmente otra temporada de derrota para escribir.
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26-10-2015……………………MARCELO SCALONA