. Donde vivo diciembre explota. Antes no era tan así, una olla a presión. Las cosas cambian. Quizás ahora veo lo que antes no veía, mirando lo mismo. Explota diciembre en mi ciudad a presión. . El supermercado chino hoy trabaja con las puertas cerradas. Un hombre de negro custodia la entrada. Cuando era chica no existía el supermercado chino. Los saqueos, sí. En el ochenta y nueve yo tenía diez años. Lo vi en la tele. La cabeza hierve y recién son las nueve de la mañana. Me rozan las gotas de aire acondicionado que caen desde los edificios. Ilusión de garúa. Me dejo mojar conteniendo la respiración. . La vereda de enfrente no tiene luz. Algunos negocios cerraron. Una señora en chancletas toma mates con el verdulero. Los dos esperan la electricidad a la sombra. Elevo la mirada y me distraigo con los balcones patricios por encima de los locales y los carteles comerciales. No veo a la mujer que amamanta sentada sobre las baldosas. Ignoro la caja de cartón a sus pies, vacía. Dejo caer diez pesos sin mirar. No veo a los hombres que descargan alimento para pájaros frente a una galería de arte. Pretendo que no existe el árbol talado hasta el tronco y que el sol no baja sobre el cemento quemando los talones. Que no me agobia el gentío con sus bolsas de regalo. Que no me inunda el sudor debajo de la musculosa. Que no me ofrecen colaborar con ninguna sociedad de beneficencia. Que no me aborda un pibe para venderme una revista que no compro y que no lo miro con ojos de lata. . Que no me. Que no me. Clausurarme. Pensar en otra cosa. . Luci se durmió mirando dibujitos en mi cama. Amaneció temprano y me preguntó si nos habíamos quedado despiertas toda la noche. Le dije que sí y volvió a cerrar los ojos. Soñó su propia noche en vela. . Distingo una moneda en el piso. Es señal de buena suerte. Me agacho entre pantalones y faldas para recogerla. Descubro que se trata de un círculo de cartón. Un goteo de imágenes. Insisten. . Saludo al cuidacoches. Lo conozco. No de la cuadra, sino de la escuela, la pileta, los cumpleaños. Era mi amigo. Vivía en un monoblock cerca del club Provincial. En la escuela no jugábamos juntos, pero afuera sí. Vino a mi casa muchas veces. Yo a la suya no fui nunca. Cuando terminamos séptimo grado, sabía que no volvería a verlo. Por eso desde que mi mamá armó el arbolito de Navidad, el ocho de diciembre, hasta que lo desarmó mucho después de Reyes, lo encendí todos los días pensando en él. Pidiendo volver a encontrarlo el año siguiente. Será que las lucecitas intermitentes no conceden deseos, que no lo ví más. Son tan lindas esas luces de colores. Y tan inútiles. . Estoy convencida de que el ciudacoches y mi amigo son la misma persona. Cada vez que lo veo, sin mirarlo fijo, pienso en eso. Tienen el mismo nombre y la misma cara con veinte años de diferencia. El flequillo de los doce en el hombre de treinta. La edad de la calle en un cuerpo joven. “Es él –me digo– el deseo me salió torcido”. . Con el paso del tiempo, el rostro se vuelve un dato incierto. Podría preguntarle su apellido, si hizo la primaria en el Normal, si se acuerda de mí. Cada vez que estaciono le dejo dos pesos o cinco. Es un gesto que se lleva las palabras. Me ve subir al auto, cruza la calle de una corrida oblicua y se detiene a la altura de la puerta trasera de mi coche. Enciendo el motor. Lo busco en el espejo retrovisor. Bajo la ventanilla. Él advierte el movimiento y se acerca. Le entrego el dinero, le agradezco. Entonces se aparta y me hace seña con la mano para avance o espere. En ese momento no estoy pensando en el otro que es él. El vehículo gana velocidad, me alejo. Sus facciones se desdibujan. Quizás la próxima vez le pregunte.Si es o no es. Me contaron que estuvo preso. Que era portador. Alguien me dijo o lo soñé. Que había muerto. . . contratapa diario LA CAPITAL, Rosario, 27 dic. 2015
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NUCAR (acción y efecto)
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La memoria de una nuca donde había una hebilla que parecía la vaquita de San Antonio. Dormirse viendo atraparla, quitarla y soltar …