. Era un hombrón de dos metros, mejillas rojas y turgentes del hombre rural, del campo, ese modo de mostrar las proteínas tan cerca, la leche con grumos y la carne roja. 50 años, apellido italiano como si dijera Minissini o una declinación parecida. Las Parejas, ciudad pujante del interior, metalúrgico, segunda generación de chacareros. Venía a la consulta jurídica en calle Ayolas para cobrar un subsidio que Santa Fe (del Gdor. Vernet), daba a los familiares de soldados muertos en Malvinas: su hijo, Eduardo, Infante de Marina a bordo del Crucero Ara General Belgrano, hundido en el océano fuera de la zona de exclusión bélica establecida por el propio enemigo (Gran Bretaña), el 2 de mayo de 1982. Minissini reunía fácilmente todos los requisitos. No sé por qué creo que cuando se trata de algo malo que nos va a pasar, reunimos sencilla y rápidamente las condiciones. Y si falta alguna, el tirano o verdugo nos las allana. Me puse a preparar el poder notarial que tenía que firmarme para que yo lo representara y apareció la zozobra, los restos del naufragio, la teoría del iceberg de Hemingway cuando escribimos. –Tiene que firmar su esposa. –Ahí hay un problema. No quiere. No puede. Ella está muy enferma, doctor.
No supe preguntar si era físico, si se había vuelto loca, si era permanente, provisorio. No supe por miedo. A veces, cuando son asuntos triviales, pregunto, divago, hasta puedo hacer un chiste. Cuando imagino que no hay fondo, me hago el muerto y sólo escucho, como le enseñó Lacan a mi psicoanalista. Y funciona, claro. Minissini quería mostrarme todo lo que le pasaba y la palabra SUBSIDIO se funda con el monema SUB. Necesitaba sacar lo que había debajo del agua. Lo primero fue mostrarme la foto del marinerito sonriente con otros dos conscriptos en un batallón de la Armada, en Entre Ríos. Se sentía culpable de que no había podido pagar lo suficiente para conseguir que el chico, Eduardo, se salvara de hacer el servicio militar. Existía entonces un inescrupuloso ardid para conseguir mediante el pago de un soborno la baja médica del conscripto. Era mucho, dijo, pero al menos conseguí que no lo mandaran a Comodoro Rivadavia y lo dejaron acá, cerca, en Entre Ríos. Cuando se declaró la guerra, el movimiento de tropas llevó todo el batallón de infantería de Marina de Entre Ríos a Malvinas. A Eduardo lo consignaron a bordo del Buque General Belgrano, hundido por los ingleses, fuera de la zona bélica que ellos mismos fijaron, sin ninguna necesidad estratégica más que el corazón de las tinieblas: el mal en estado puro y absurdo de la guerra. . –Mi mujer quiere que nos den el cuerpo… -dijo Minissini en medio del relato y entonces supe que la señora no podría firmar el poder notarial. Era mediados de los 90, un país que entonces no tenía ninguna consideración por los veteranos de Malvinas, pero que además, se negaba a buscar y a encontrar los miles de cuerpos de otros chicos soñadores que habían sido tirados al mar o a fosas clandestinas, por nuestros propios Generales o Almirantes.
Entonces Minissini volvió a decirlo: que nos den el cuerpo y se largó a llorar como un chico. Medía dos metros por uno de ancho, yo no podía ni siquiera rodearlo o alcanzarlo para un abrazo. Seguí con la estrategia lacaniana del muerto y fue él, solito, el que tuvo que decirme que nunca encontraron los cuerpos de cientos de marinos argentinos del Buque General Belgrano. Le hice traer un té y le pedí los datos de la señora para poner en el poder notarial. Nada como la estupidez del protocolo para neutralizar una tragedia, aliviarla, distanciarse. Sin embargo, me dio los datos, sacó los documentos y me los extendió. Hice el papel como si fuera un certificado de vecindad y le di las coordenadas para que fueran juntos a firmarlo a tribunales. Entonces me pidió más azúcar para endulzar el té. Le alcancé la azucarera y él sacó dos cucharas blancas y colmadas y las echó en la taza. Ahora eran cuatro cucharadas de té disolviéndose en aquellas tazas Durax, altas y transparentes: él revolvía el líquido despacio como si estuviera remando en un mar lejano o infinito. Por un instante no pude quitar mis ojos del fondo. .
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. …2-abril- 2016…………………..MaRCe.
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INTACTO
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El mundo, ahora, raramente parece algo intacto, puro, intocado como ese gesto de Esteban de abandonar sus monedas en los vueltos. Leila quedó nimbada con …