. —–La escritura es la comunicación llevada a su máxima potencia, ya que la función poética transforma información (valores, ideas, subjetividad, sentimientos), en una llamada íntima y personal que convierte a un lector universal en un vínculo personal. La lectura así, es una especie de llamado íntimo (en la época de tantos mensajes comerciales, automáticos, grabados, impersonales) , un diálogo profundo, una clase de relación humana apenas superada por los vínculos esenciales: padres, hijos, pareja, amigos. No creo escandalizar a nadie, o eso espero, si digo que después de esa docena de personas, mis recursos humanos en la vida, mi capital afectivo, sea una lista cien escritores, casi todos muertos o jamás conocidos personalmente.
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Mi cariño por los libros que amo siempre aumenta al saber del caos o la desesperación con que fueron escritos, pero lo que los hace más admirables es cuando el libro consigue superar ese caos y preserva amorosa y fugazmente a su autor del absurdo y el dolor de vivir.
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Durante la infancia yo creía que Julio Verne o Salgari habían escrito con el solo fin de inspirar mis juegos en la vereda o en la terraza, con los amiguitos del barrio. En la adolescencia pensé que Hesse o Cortázar habían escrito para que yo pudiese madurar, pensar y militar la vida. Ahora, cuando leo a Proust, a Mansfield, a Ford o a Duras, sus palabras tienen el mismo valor de sabiduría y afecto que las que tuve con mis padres, mis amores, los trabajos, y sobre todo, conmigo mismo, con mi centro, con lo más esencial de mi yo, que sigue escuchando esa llamada y acude.
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2-may-2016…………………..MaRCe.