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Andrea Lou (4)

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ANDREA LOU    (4)

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Si uno sueña es porque llega al REM y lo que soñó Javier era una orgía: un flash donde estaba su hermana en una fiesta. Ella también lo había visto, se habían saludado al comienzo pero después se ubicaron lejos por temor al incesto. Se apagaron las luces y entre la multitud, las drogas, el volumen estridente de la música y el alcohol no hubiera sido sencillo saber a quién se estaba cogiendo cada uno.

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Era solo otra sensación nueva y desconocida para él en el sueño, los besos que le daba su amante eran muy calientes, le quemaban la boca, parecían de aguardiente pero dulces, de ajenjo, absenta, un Pernod de Artemisa, como heroína bebida de la cuchara encima del mechero. Era la lengua de un hombre que lo lamía, un efebo rubio, núbil, al que le crecía la barba con una sombra de cabellos de ángel, en una celda de la comisaría 48, Villa Lugano, un arlequín andrógino y bello como un mármol de Bernini, con un miembro de niño y la lengua de un demonio que le embadurnaba la suya, las mejillas, la nariz, la boca, las tetillas, el miembro, las bolas, el culo. Más que todo, un beso negro largo y húmedo.

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Luego comenzaron a sentirse gritos de todas las salas y galerías pidiendo atención hacia un altar que había en el centro de la casa que parecía un templo, un salón del palacio Pitti.  Una mujer joven y fibrosa, carne dura criada a campo, con una máscara veneciana estaba atada como res a los cuatro vientos de una cama de hierro que parecía una tarima. Detrás de ella, un centauro, un hombre de cuatro patas con el miembro de un caballo hacía un juego de poleas y penetraba a la chica por atrás, en la vagina. Un encabalgamiento exacto, abrochados en una sincronía de gimnasia, de trapecio. El gozo era bestial, los gritos de los dos empezaron a incendiar la sangre de todos, la manera en que lanzaban los chorros convulsivos. ¿Es que acaso ella también lanzaba…? Hubo una especie de júbilo al unísono, como una turba haciendo todo lo mismo, un rito de libertad salvaje y goce, poseídos con voces inhumanas o sagradas, los restos de sentido de una civilización agotada.

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                          Javier se despertó erecto con una polución nocturna mojando la ingle del jean de lona. El velo de dicha de un sueño que dura todo el día, pero que a él, sin embargo, se lo enturbiaba la hermana, la sospecha de que la chica roja de arlequín empalada por el centauro con el sistema de poleas de Catalina La Grande, no era otra que Andrea Lou, su hermana, y no le gustó el augurio.

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…………………………………………………………….Marce.-