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Maizal

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MAIZAL
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……………….Es pleno invierno en el campo. La filigrana del alba son las cinco o las seis de la mañana dependiendo de las estrellas o la luna llena. Empieza a clarear por el oriente, un amanecer sin nubes ni bruma y aunque el reloj diga que falta una hora para que el sol se alce, comienza el reverso del crepúsculo, esa luz que se insinúa o apaga como un reflejo del sol que ya ha salido en el África y rebota en el cristal del Atlántico y comienza a hacer sombras chinas por el Brasil, el Uruguay, las cuchillas entrerrianas y la pampa.
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Javier se adormilaba o en duermevela cuando pensó que de niño, su madre, Teresa, le decía que del otro lado del globo, en la China, en la Gran Muralla, los Samurais habían puesto un espejo inmenso que replicaba la luz del sol y como allá salía antes, cuando aquí aún era oscuro, ese sol de lejano oriente hacía en las nubes bajas de la noche argentina el efecto de unos tubos fluorescentes, una luz blanca mortecina, desvaída, como una sala de espera del hospital público, un amarillo sucio y gris por la lluvia que estaba en ciernes, porque los cumulos y los cirros siempre están cargados y al aguardo de lloverse, y además, le decía su padre, el Umbi, del tango, que por eso éramos un pueblo triste, porque la luz nos llegaba más tarde o sucia o ensuciada y falsa, y que el sol nuestro, en realidad era un espejismo de la luz de la China, un reflejo del África, un simulacro de la luz verdadera que al fin y al cabo casi nunca cruzaba el océano y nos llegaba a Maizal apenas como una promesa.
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