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EL CHINO (7)

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Después de la tormenta, a las ocho de la mañana, el día es fresco y apacible, hay los restos del chubasco, la ruina pasajera en los árboles y algunos carteles. No hay nadie en la calle, salvo el Chino, esperando su trabajo, y yo, el mío, que es escribirlo.
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Ya lo vi desde arriba, del dormitorio, por los visillos, pero ahora bajo y salgo a la vereda para saludarlo: sólo el agite de manos con la calle al medio, su sonrisa invencible, milenaria, ideogramática. Mi deseo es más difuso, como el de alguien que a veces tiene miedo a elegir, entonces prefiere hacer votos por todo, o por alguien que ande suelto en el mundo. Un vagabundo buscando el deseo de un vagabundo: un chino. O un rosarino en Beijing. Dos chinos.
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Más tarde me cruzo a comprar preservativos y Fanny, la cajera, que siempre me pregunta para qué compro cada cosa, esta vez se queda muda. A propósito, mientras hace el ticket, le pido otras dos cajas para ver si reacciona, pero no hay caso, la muralla tiene siete mil kilómetros.
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Los preservativos son un artefacto específico para el deseo difuso, para hacer votos por un amor que ande suelto por el mundo, por miedo a elegir, la mayoría de las veces. Estas gomitas Prime después de la tormenta, son para un amor chino. Cuando voy a salir, me preparo una sonrisa buscando la de Wu, pero él está entretenido con la escoba barriendo la arena pública que desde hace un mes intenta construir en la esquina una rampa para discapacitados. Me quejo con Fanny de que los municipales tarden en hacer una rampa, lo mismo que los chinos en hacer la Gran Muralla. Entonces se ríen, los dos, ella y Wu, y yo aprovecho la algarabía para hacer un pronóstico: ¡Mañana -digo- todos a la plaza! Fanny es patrona, no sonríe, pero Wu, sí, esboza la mueca de Mao en los afiches, aunque no creo que entienda que lo estoy invitando a la plaza de Tiananmen.
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La plaza de los pueblos también es un miedo a elegir, un lugar donde hacer votos por todos los hombres que andan sueltos en el mundo.
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…………….17-12-17…. ….Marce.