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El Chino y el Narco

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EL CHINO Y EL NARCO
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Los dos canas que custodian la casa del narco, le piden al vecino plata para agua mineral. Los policías comienzan su habitual protocolo de socializar con los vecinos. Piden. Conversan con él. Él es vecino, vive a la vuelta, pero aprovecha la coartada del paseo del perro y empieza a pasar por la custodia tres veces al día. Uno de los policías está sentado en una silla playera, ya están integrados, pero no están tomando fresco en la vereda y aunque sea verano, y aunque la brisa después del chubasco traiga un perfume remoto de los plátanos o del paraíso de la infancia en los 70, anda en el aire un olor fatal a sangre fría. Desde hace una semana, sicarios en moto han intentado cuatro veces matar a un narco que vive allí con prisión domiciliaria.
Por Alem viene el Chino con su chango de llevar los envases vacíos hasta el otro chino que está frente al club Ciclón. De un momento a otro, piensa él, aparecerán dos motos en contramano y rociarán de balas ese espacio impreciso entre dos casas (una por Saavedra, otra por Alem), donde viven, el héroe y el traidor. 
Con la sangre fría aprendida de otro libro, casi una biblia, el vecino se va ganando la confianza de los dos policías mientras anota todos los detalles: por ejemplo, adentro de una de las casas apuestan quién ganará mañana el clásico Central Ñubel; una chica pregunta al kioskero si sabe quién canta esta noche en el Anfiteatro, bajo las estrellas, y de la radio de uno de los polis se escucha que hubo una balacera en Colón al 3800 y hay una nena herida.
Él se pregunta cuánto tiempo faltará para que los dos canas se pongan a tomar mates en la vereda como un domingo de Parque Urquiza. Y sin embargo, no deja de girar la cabeza, todo el tiempo, como si estuviera viendo un partido de tenis: a Saavedra, a Seguí, a Saavedra, a Seguí… ¿de dónde vendrán esta vez?
De pronto él, que no fuma, les ofrece de fumar a los polis y enciende un Marlboro. El más gordo agarra el cigarrillo como si fuera un puñado de caramelos. La chispa fugaz del fósforo debe verse desde la gomería del bulevar o desde la Cortada Larguía donde están los gendarmes custodiando otra casa narco, la de una mujer ya famosa en el hampa rosarina. En noches así, un buen cronista podría ver las chispa del fuego 
del cigarro desde Kansas City. 
Es una noche soñada de verano, después de la tormenta apareció la luna y ya se siente inequívoco el aire de los asados familiares del barrio. Ahora, el Chino pasa en sentido inverso, Alem al norte con los envases llenos de Brahma rubia. Cuando Wu lo reconoce en la penumbra, la cara del chino hace un rictus sombrío, lacónico, como si hubiera visto que los japoneses ya cruzaron el puente Marco Polo e invadieron finalmente Maotang. Igual se saludan, pero sólo con la mano y esta vez Wu no sonríe, ni hace la V de la victoria, ni siquiera dice su habitual châ, chau, hola o la invitación a tomar el té verde de Hangzhou. Wu sabe. Wu ha visto mucho más que él cuando el horror acecha la maravilla.
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……….10-feb-2019…….MaRCe…
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