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Gramsci

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GRAMSCI.
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Le puse Gramsci, porque la tarde que apareció en el jardín yo leía “Las cenizas de Gramsci”, de Pasolini. Ponerle nombre a las personas o a las cosas es un modo de propiedad o dominio bíblico que sería interesante discutir ahora con Antonio. O con Pasolini, que seguro diría que en otra época llamaba “Gato” a su gato, pero que ahora no, porque gato volvió a su sentido arltiano o lunfardo: Macró, Macri, rufián, proxeneta, vividor.
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Pero yo le voy a decir Granci, sin la M, que da una eufonía marcial, y sin la SC, que vuelve todo muy intelectual o subjetivo o de rollo. La N, la consonante que más reverbera, quizá la más elegante, le da un aire femenino al nombre sin volver andrógino al gato.
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Por lo demás, el animal hace o hará todos esos juegos que son la delicia del misterio que es un gato: cazar ratones, correr a los gorriones que bajan a tomar agua en la pileta, subirse a la mesa donde escribís, echarse encima del teclado, pedir de todo lo que comés aunque luego lo desprecie, ronronear, dormir largas siestas sin envidiar a los alguaciles y hacer el amor por las terrazas, sobre todo de noche, porque en lo oscuro no hay catastro, y del lado de abajo. las casas tienen un solo dueño. pero desde arriba. los techos son de todos. Es lo que decía Gramsci. Y Granci.
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24-2-19……………….……Marce…..