En “Mapa”, Marcelo Scalona se permite -y sabe cómo hacerlo- transgredir, adrede, la clásica división de los griegos, entre narrativa y lírica. Logra un entrecruce de géneros, aunque la lírica predomina y es su estética. Hay metáforas impredecibles, como cuando transforma una frase pagana en una conexión con lo metafísico (“¿En qué momento el poema / se vuelve una peligrosa plegaria?”), y una permanente referencia a su infancia, como una representación incorporada a su vida. Utiliza el recurso de la repetición, que lo lleva a resignificar lo verbal (“La vio que lo vio”) pero no sólo eso, también allí Scalona subraya la percepción del otro.
El libro contiene -es el verbo adecuado- cuarenta poemas, narrativos y descriptivos con una fuerte identidad rosarina, que se evidencia en la cita de calles, nombres, personajes, barrios y aromas como contexto. El poema que le da nombre al libro incorpora al lector a un viaje en automóvil desde Rosario a Mar del Plata, en la infancia del autor -o en su imaginación, es lo mismo-. En su recorrido, por la ruta, pasa por Arroyo Seco, San Nicolás que “ya era lejos”, empalma por la Ruta 41, y formula una pregunta final, más cercana en el tiempo.
Otro viaje; en “Orfeo en Victoria”, “cuando no existía el puente” y entonces “iba por Santa Fe/ el túnel subfluvial y Paraná”, el lector vuelve a participar de un trayecto, santafesino y entrerriano, de su épica y sus asombros en cada lugar.
“Alrededor de la derrota” comienza en un Tirsa, “volviendo a Rosario”, se detiene en Zárate y en Ramallo “entonces me quedaba una hora/ y 30 kilómetros/ para terminar el poema”.
En “María” dice que “el viaje es una derrota repetida/ no preguntes/ no me expliques” y en “Parte de ruta” dice que “Nadie sabrá que fuimos felices/ por pingüinos de loza/ en Venado Tuerto/ un autógrafo de Bill Evans/ en San Nicolás/ un libro de Shopenhauer/ en Arroyo Seco”.
Una metáfora del primer amor (“el primer eclipse”) en el poema “Ventana” marca un descubrimiento, la primera etapa -decepción/confirmación- pero además aparece el azar, la curiosidad, la banalidad, un par de piernas. “¿Lloverá por fin?” se pregunta, lo casual o banal Scalona lo convierte en trascendente (“pero ella le cierra los volados de tul blanco/ como si viniera un granizo”). Aparecen, de repente, Penélope, la que espera; California (“Cuando llegamos a / Bollinas,/ un pueblo al norte de California”, en “Alrededor de la derrota”), Lucía y Serrat. Scalona revisa a los clásicos.
El libro conduce al lector al gusto por la interpretación, con sutileza utiliza los signos de la cultura contemporánea (Comandante, el ya citado Serrat, Columbia, Challenger) y símbolos semánticos más antiguos (Cupido). Hay una dedicatoria (“A Fabricio”) en “1289”, un poema de título numérico -no es el único de esa característica- y cálidas, necesarias referencias al poeta Fabricio Simeoni, como en “Layla”, en la que aparece (“Yo le meto un giga,/ dice el Rengo con el disco duro”).
Scalona se propone y busca un lector culto que lo interprete y resignifique sus vivencias, las que describe, con intensidad, es minimalista y hace preguntas (“¿Hace falta agregar una pena al otoño?”) y dice que “ser es ser esperado” al asignar el ser y el existir en función de un objeto ausente. No hay obviedades, hay toponímicos nombrados como si fueran personajes y además universales, como cuando dice “El clima de Dublín/ Debajo de sus mantas dobles (…)/ ella estará caminando/ por todos los puestos marchitos/ insomnes/ de la peatonal Córdoba”, en “Romeo, Julieta y Molly”. La tapa del libro reproduce, en proporciones más pequeñas, un mapa original de Rosario de 1858, de Nicolás Grondona.
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EL SIGILO (2)
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Un aire abstraído y perplejo
marca de un sobreviviente
o de un subyugado
por una tarea imposible.
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Ahora que se rompió el sortilegio
aparecen cosas mínimas …
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CELOFÁN
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Lo que ella dirá en el borde de mi cama
en la última parte del sueño
será una bendición al despertarse.
El resplandor de la visión nocturna
le dará …