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DOS HERMANITOS
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Aquella noche
volvió con el libro de Prévert
apretado al pecho
como si fuera su seno
lo usó de almohada.
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La incerteza de la dicha en bruto
para un hombre solo
volviendo a caminar feliz
doscientos metros
alrededor de una sonrisa.
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Frente al Hotel Rizzi
se golpeó tres veces la cabeza
con el libro de ella:
«Palabras», la edición bilingüe
como un alerta.
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El conserje se meneó alarmado
a punto de hacer la denuncia.
Lo ha visto otras noches
tropezando insomne
solitario, bebedor.
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Sintió la desconfianza habitual
de que la dicha fuera inmerecida.
De que ese torpe borbotón infantil
fuera un beso de hermanitos:
la piedad difusa en el lugar de la fiebre.
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¿Sería cierto aquel sabor perenne
el ardor de levísimo gesto
la pequeña muerte que cantó Vallejo
para bajar a la tumba
como dos hermanitos?

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Marcelo Scalona